30 de octubre de 2007

Las bicicletas son para muchas cosas.

Hace ahora poco más de un mes que el Ayuntamiento de la ciudad en la que resido, ha instalado un servicio de préstamo gratuito de bicicletas de paseo. La cosa parece que esta en general bien organizada; hay varios puntos con ellas disponibles en la ciudad, en un horario relativamente amplio, con la posibilidad de disponer 4 horas de una de ellas y pudiendo coger o entregarla en aquellos lugares concretados donde mejor le venga a cada cual.

Por lo que informan y se ve por la calle, ha sido un éxito de uso en sus primeras semanas de funcionamiento. 6540 personas de diferentes edades y diferentes otras cosas también, han estado rodando por la ciudad para su disfrute y el de quien les vemos, tanto desde la acera como desde otra bici. La imagen de una ciudad con bicicletas pienso que es agradable por muchas cuestiones. Eso aprendí cuando viví y viajé durante un tiempo por el centro y norte de Europa; más silencio, menos contaminación, una actividad física económica y sana, además de esos semblantes serenos y contentos de quienes se desplazan así de aquí para allá. Le dan a las ciudades ese bello aspecto entre bohemio y tranquilo.

Pero esta cuestión también tiene sus sombras. Las tiene y me duele el haber vaticinado muchas de ellas por lo previsible del asunto. Por ejemplo que dejar las bicis en la calle era un error porque las iban a destrozar - 734 reparaciones en un mes, muchas de ellas no causadas por el normal uso- O que habría que ver si no las robaban -8 desaparecidas en 30 días-. También me imaginaba que iban a suscitar la queja de “los otros” -numerosos usuarios van por las aceras y molestan a los peatones-. Al tiempo muchos ciclistas circulan, para cabreo de los conductores, sin respetar de manera elemental las señales viales, aunque estos, los conductores, se cabrean aquí fácilmente simplemente porque haya bicis en “sus” calles. Pero ese es otro tema…

Quizás sea cuestión de tiempo, el que se normalice y aprenda bien a usar por parte de tod@s este nuevo pero viejo medio de transporte aquí. De momento se demandan más bicis, retrovisores en ellas, más puntos de préstamo… y todo eso indica que hay ganas. Quedémonos con eso o fundamentalmente con eso, sin obviar lo que hay detrás de todo lo demás.

25 de octubre de 2007

Que bueno sería tener poderes.

Hoy os he visto de nuevo. Tendríais veintipocos e ibais en un flamante Golf comprado seguramente por vuestro papa o vuestra mama. Fanfarroneando de no se sabe bien que. Parasteis en el semáforo junto a mí y mirabais con enorme descaro. Los tres con sendas gafas Ray-Ban de esas que os dan aspecto de desagradables moscas. Todos con la sonrisa engreída de serie que os hace pensar que estáis por encima de los demás…

Entonces se acerco él. Con sus ropas sucias y roídas, rasgos de algún país del este y semblante de cansancio; de infinita y profunda tristeza. Portaba un cartel en el que pedía limosna en silencio. A distancia, sin querer incomodar demasiado. Con un paso esquivo por no detenerse demasiado ante otro no, otra indiferencia más en la mañana de un día que se adivinaba largo.

Y vosotros quisisteis darle lo peor y que tanto os sobra, como tantas otras cosas inútiles os pertenecen. No le mirasteis, pero vuestra sonrisa se convirtió a su paso en malévola; voluntariamente dañina. Incluso torno a carcajada socarrona cuando uno de los tres movió los labios, diciendo a saber que “ocurrente” desaire o “ingenioso” desprecio. Mientras aquel hombre seguía su caminar incierto…

Fuimos durante un tramo largo de la calle juntos. No se si de manera casual o siguiéndoos de manera inconsciente. El caso es que unos cientos de metros después, comenzó a sonar un ruido extraño. Vuestras luces de emergencia se encendieron, mientras os cruzabais torpemente de carril para parar a un lado. Por lo visto teníais una avería que sonaba francamente mal y en mi claxon iba un mensaje encriptado de “cuanto me alegro y ojalá que sea algo gordo, malas personas”.

23 de octubre de 2007

¿Cuando nos convertimos en adultos?

¿Tal vez cuando un niño o una niña se dirige por primera vez como “oiga señor o señora...”? ¿O es el tener un trabajo más o menos estable lo que otorga esa condición? ¿Acaso es la independencia económica? ¿La emancipación a una vivienda que no sea la de tu papá y/o mamá? ¿Quizás es algo más trivial y se alcanza en el momento que uno es capaz y se atreve hacer cosas como viajar solo? ¿Será cuando se consigue mantener una relación de pareja duradera que llegue incluso a la convivencia? ¿Tomar decisiones importantes es la clave? ¿Pensar por uno mismo? ¿Manejar tu propia vida sin la influencia directa o indirecta de los demás?

Esperar. ¿Puede ser que sea tener un hijo como dicen? ¿Al afrontar grandes problemas o retos? ¿Cuándo no huyes de tus propias equivocaciones, reconociéndolas y afrontándolas? ¿Llegará el cambio cuando te arriesgas en la vida? ¿Podría ser que la voz de aviso sea que empieza a costar hacer nuevos amigos o amigas? ¿O que los que tienes empiezan a cambiar, resultando a veces difíciles de reconocer?

¿Y si el síntoma es tan simple como que te molestan las aglomeraciones, la música fuerte y el humo de los bares? ¿Que la resaca dure todo el día de después y no unas pocas horas? ¿Tener que plantearse que puede hacer uno con su tiempo libre? ¿Es al dejar de jugar o de reír frecuentemente? ¿Pasará cuando uno empieza a tener mucho estrés y apenas ese tiempo libre?...

No se. No parece que esté clara la cosa. ¿Se tiene que dar todo eso al tiempo? ¿Y entonces quien es adulto?...

18 de octubre de 2007

Las casualidades no siempre lo son.

He visto el reciente programa de TVE “Tengo una pregunta para usted”. Ese en el que gente del pueblo, elegida con mecanismos estadísticos, pregunta cosas directamente a los políticos. Estuvieron los lideres de Izquierda Unida, Convergència i Unió y Esquerra Republicana de Catalunya. Ha sido interesante desde mi punto de vista. He escuchado ideas, reflexiones, debate, un discurso más fresco de lo habitual... Entre todas las personas que han participado, lógicamente se intuían diversidad de posturas y planteamientos tanto por sus interrogantes como las replicas. Hasta ahí nada de extrañar, es más, eso es lo deseable en democracia ¿no? Cada uno o una ha cuestionado según lo que pensaba a su interlocutor, comportándose de forma respetuosa.

Ha sido en el turno de Carod-Robira cuando ha pasado lo triste, lo lamentable. Dos personas, una hombre otra mujer, una joven y la otra no, una titubeante y la otra altiva, pero eso si, las dos con marcado ademán conservador y mira tu que cosas de Castilla y León (Valladolid para más INRI) han sido quienes de manera análoga han querido mostrar su desacuerdo con “lo catalán”, diciendo forzádamente el nombre de este representante traducido al castellano. Esto ha molestado al político, que les ha interpelado diciendo que él así no se llama y pidiéndoles abruptamente, también es cierto, que lo pronunciaran como es en realidad su verdadero nombre. Y es que resulta que en castellano, para quien no lo sepa, hay acuerdo de que no se traducen los nombres propios…

La “inteligente”, “culta” y “nada agresiva” contestación de dichas personas, fue decir que no “entienden” catalán, ni tienen ningún interés en “aprenderlo”. Ahí es nada… El vicepresidente de la Generalitat les ha dejado en evidencia con tres astutas preguntas: ¿Por qué dice usted entonces cualquier nombre de actor, político o deportista conocido en otro idioma que tiene traducción al castellano? ¿Y como es que necesita tanto tiempo para aprender a decir Josep Lluís y si sabe decir Schwarzenegger o Schroeder (excanciller alemán)? ¿Cómo quieren que estemos cómodos en España con esa actitud?

Y así, al margen de la ideología de cada cual, nos han enseñado gráficamente porque a cada uno le va como le va siendo quien es. Al fin y al cabo estoy de acuerdo con Arturo Pérez-Reverte en que las sociedades tienen los políticos que se merecen. Eso y que quien no sabe defender sus ideas con argumentos sólidos en democracia, solo sabe “tocar los cojones”… o “volarlos” si tiene ocasión.

5 de octubre de 2007

Parejas silenciosas

No es que sea del todo habitual verlas, pero tampoco es tan extraño al mismo tiempo. Me refiero a esas parejas que uno se encuentra en espacios públicos sin dirigirse la palabra durante larguísimos ratos. Cuando los veo en un restaurante, es donde más me impresiona dicha conducta. Resulta inquietante ver a dos personas en un espacio donde la comunicación es parte importante del momento, comportándose como si él o la otra no estuviese; como sin saber que decir. Hace poco observé a una de estas parejas en el Peine de los Vientos de Eduardo Chillida; cada uno con su cámara de fotos, ausente uno del otro aparentemente… El caso es que están en múltiples lugares.

Un buen amigo, ex-compañero de trabajo y perro viejo de la vida, sostiene sin vacilar que en una relación sentimental todo lo que hay que decir se hace en los primeros años. A partir de ahí las conversaciones son redundantes y lo mejor es apelar al silencio. Yo, que a menudo debatía y debato cosas con él, no comprendo del todo como se puede funcionar bien con tu pareja limitando tanto la comunicación. Porque otra cosa diferente es que estilo le da cada uno al asunto: humorístico, filosófico, laboral, familiar, quehaceres cotidianos, cotilleos varios, análisis intelectuales, culturales... e incluso alguna que otra discusión, claro. Para eso ya están los gustos o inercias de cada cual, aunque un poquito de variedad es lo recomendable. Eso pienso.

Me vienen a la cabeza algunas estrofas que cantaban El Ultimo de la Fila en el tema Cuando el mar te tenga: “Si lo que vas a decir, no es más bello que el silencio, no lo vayas a decir (…)”. Creo que ellos lo situaban en otros contextos; aquellos en donde sobran verdaderamente las palabras. Que los hay. ¿Lo es comiendo uno en frente del otro durante cerca de una hora, en donde todo se limita apenas a que pedimos, pásame el pan y nos vamos?...