20 de agosto de 2008

Entre muchas historias...

La primera vez que me fijé en él, andaba despacio mientras lloraba bajo un sol de justicia, al tiempo que un adulto con cara de capullo le gritaba desde la distancia. El pequeño debía tener alrededor de los cuatro años y la piel de su delgado cuerpo era color tostado. Llamaba la atención que caminase descalzo por la ciudad y sin camiseta, ya que por vestimenta llevaba tan solo un pantalón verde lleno de manchas. Y así me quedé con el cuajo…

A la mañana siguiente, algo ocurrió en el aula móvil donde he estado "alejado" todo este tiempo, enseñando algunas cosas y aprendiendo otras. Un policía municipal que había venido con su hijo, se dio cuenta de que les habían robado la bici que dejaron fuera. Poco tiempo después, vino contando muy ufano que fue directo a una zona donde se asientan los rumanos y que un chavalín que la tenía salio corriendo asustado al verle. La persona que trabajaba conmigo, me comentó que él ya había tenido que echarle la bronca a ese niño a primera hora, por estar cogiendo cosas a otros usuarios. Nuestro público se sonreía de forma para mi extraña y decía “¡hay que ver!”…

Con esto a primera hora de la tarde apareció de nuevo el protagonista de esta historia. Me senté a su lado e intenté explicarle despacio que si iba cogiendo cosas que no son suyas, no le iban a dejar estar en muchos sitios. Se puso entre serio y triste asintiendo con la cabeza. Luego pensé en toda la historia que habría detrás de ese niño, e intenté cambiar de registro enseñándole cosas entretenidas en el ordenador. Era gracioso porque cuando algo le gustaba, una simpática sonrisa iluminaba su cara y la pequeña mano hacía por quitarme el ratón. Así pasamos toda la tarde juntos hasta que llegó el momento de recoger. A nuestro amigo todo parecía llamarle la atención, así que estuvo en primera fila observando con ojos avispados el proceso sin perder detalle, pasándoselo pipa cuando le cogí de la mano y le deje apretar los botones del mecanismo hidráulico que teníamos como ascensor; menudas risas los dos allí subiendo y bajando.

Cuando todo estuvo recogido, silenciosamente me siguió un tramo hasta donde estaba el coche. Le choqué la mano, le dije que me había gustado mucho conocerle, y mientras nos decíamos adiós arranqué con un angustioso nudo en la garganta.