Y uno se pone a pensar y te das cuenta de que puede que efectivamente sea así. Dejando a un lado los prejuicios que pueda sugerir dicho vocablo y que seguramente han hecho que pierda vigencia, o se vincule en exclusiva a determinados ámbitos no del todo apreciados, cuando se analiza lo que verdaderamente más valoramos en nuestra relación con el otro, si que parece surgir con fuerza dicha cualidad: La lealtad. No entendida esta como alguien que nos da siempre la razón, nos adula continuamente con o sin motivo, o cosas que caminen por sendas semejantes. Ser leal va en otra dirección. Tiene que ver con cumplir el compromiso adquirido libremente con la persona, funcionar en esa relación en base a la verdad, queriendo estar ahí también en los errores, sabiendo perdonar sin que eso implique callar. Tal vez no todo de forma absoluta, claro, pero si una parte sustancialmente generosa.
Si uno piensa en su familia, en las amistades o en su pareja, no es difícil identificar que lo que hace avanzar y fortalecer cada una de esas relaciones, tiene mucho que ver con esa cuestión de la lealtad que nos apuntaba el filósofo.