7 de junio de 2009

Esa rabia con miedo

Estaba en 7º u 8º de la antigua Educación Básica y harto de que el grupo de chulitos congéneres se metieran conmigo. Supongo que era esa mezcla atípica de funcionar bien en clase, caerle en general bien a los demás y tener éxito con las chicas; no ser el clásico empollón gafotas, vamos. La cosa es que un buen día en la hora del recreo, me canse de sus intimidaciones, risas y amenazas, así que le dije a un compañero que me sujetase el bocadillo, me gire al que había sido mi amigo unos años atrás y le espeté aquello de “¿tú de que vas…?” Cuando rodeado de los suyos empezó la cantinela de burlas y recibí el primer empujón, una sensación difícil de explicar hizo que le volara literalmente por los aires, para después inmovilizarle con algo de lo que había aprendido ese año con el judo. Recuerdo el corrillo de medio colegio jaleando mientras le tenia allí acogotado y la extrañeza de los profes que vinieron al rescate respecto de quien era “el agresor”… Primera y última vez que me he pegado hasta la fecha, y por si alguien se lo está preguntando, a partir de ese momento el grupo de pequeños mafiosos nunca volvió a "tocarme las narices"…

Cuando el otro día por Segovia presencie aquella escena, la cabeza ciertamente me jugo una mala pasada. Tres adolescentes, tan macarras como gilipollas ellos, se les veía con ganas de fastidiar al personal, así que al primer comentario del niño que pasaba por allí con unos años menos, decidieron hacerle pasar el mal rato. Viéndolo me atrapó esa atenazadora mezcla de ira y miedo, intentando de forma confusa buscar al poli que nunca está para asustar a los cretinos. Mi cobardía o sensatez, vete a saber, hizo que el pobre chico tuviera que aguantar las mamarrachadas durante un buen rato, hasta que la excursión a la que pertenecía decidió que se movía de sitio… Y yo me quedé un buen rato tratando de serenar unas ganas locas de partirles la cara a esos tres y digerir al tiempo un miedo que no me gustaba reconocer ni sentir.