23 de octubre de 2011

Las sombras del empleo y el desempleo.

Mientras caminaba sin rumbo por el placer de pasear, sonaban ocho campanadas en el Ayuntamiento de una esplendida y noctámbula Plaza Mayor. Había llegado el fin de semana, y entre curioso y meditabundo observaba la vida de los otros. Hay tantas otras historias con las que uno se cruza por el camino, que a menudo pienso qué sería de encontrarse con ellas en otras circunstancias; aquellas que permiten la comunicación, más allá del cruce fugaz y enigmático de algunas miradas...

Imagen: Inguralde

Entre vidas anónimas, instantes antes me di cuenta de que iba a cruzarme con mi futuro interlocutor. Hubo, lo reconozco, ese impulso seminstintivo y raro de no tener ganas de saludar. Tal vez fui lento de reflejos, o quizá simplemente es que en realidad tampoco me disgustaba la idea.

- “Hola ¿cómo estás?” me dijo algo titubeante.

- “Pues más o menos” respondí yo.

Es curiosa la buena dosis de extrañeza e incomodidad, que suele generar el responder de forma diferente al esperado “bien”... Pero esta vez no fue interpelado y yo lo agradecí.

Durante algún tiempo, años atrás, ambos estuvimos enfangados en el arte de mentir pseudo-profesionalmente; todo muy serio, eso si... Él prosiguió estos años coordinando uno de tantos mundos del podía haber sido y no es. Yo me alejé de aquél “teatro”, en la creencia sincera de que otros “escenarios” y otros “papeles” aguardarían sin duda con mayor interés... Como responsable, su obligación era pedirnos cierta cuota de falsedad implícita, y sin embargo a mi siempre me pareció tan enfangado como los demás; dentro del engaño colectivo de otra estructura podrida. Tal vez por todo eso, y también por otras muchas cosas más, me dejó confuso y triste su actual situación de parado. Con su aspecto de hombre sencillo, bueno y prudente, esperaba incrédulo la decisión de los mentirosos de vocación y casi profesionales del asunto. Deseoso de la licitación que continuase el absurdo, permitiéndole seguir con su vida y la de su familia.

“Tengo el miedo metido en el cuerpo” se despidió.

16 de octubre de 2011

Manifestando

Desconcertado, abrí los ojos a media tarde. Andaba con los sentimientos muy confusos y entremezclados, cuando caí en la cuenta de que había convocado uno de esos momentos de protesta colectiva. Titubeante, delegué en el agua la responsabilidad de devolverme lentamente la consciencia, perdida en el transcurso de las horas previas, entre devaneos vitales propios. Poco después deje que la bici descendiera el camino que me llevaría al centro de la ciudad. No tenía la certeza de donde, pero el pasado hizo dirigirme hacia uno de esos lugares comunes. Y acerté. Fue extraño escuchar al fondo los tambores de los que hasta hace poco fueron compañeros, así que decidí mezclarme con la masa sin destapar emociones, por miedo a lastimarme una vez más.

Es hermoso ver y participar en el acto cívico que es una manifestación pacífica. Miles de personas unidas por el hecho de reivindicar, protestar, cuestionar algo que se presenta como injusto. Puede pasar que no siempre se comparten algunos lemas, que fácilmente se confundan algunas formas adoptadas como propias del momento, pero es justamente la variedad inherente a un grupo tan heterogéneo de gente, lo que prevalece en esa sensación de fuerza colectiva; aunque sea algo pueril frente al consabido efecto apisonador del sistema.



Había cientos de pancartas sin formatos prefabricados. Ausencia de logotipos interesados que restasen protagonismo al pueblo. En su lugar, cientos de mensajes construidos con el ingenio y el hartazgo de quienes se sienten olvidados por tantas cosas mal hechas; ese egoísmo sistemático de una minoría acaparadora de tanto poder como riqueza. Y así, mi andar indignado caminó al son de una gaita montañera palentina, bajo una pancarta donde se podía leer con sencillez “Por un mundo rural vivo”, mientras al costado un pequeño cartel proclamaba “Basta de contarnos mentiras...”

Imagen: José-Manuel Benito