25 de noviembre de 2011

Despertar

Eran pasadas las siete y media de la mañana, y la ciudad apareció envuelta en esa misteriosa niebla; la misma de la que, entre sensaciones agradables, hablaba pocas horas antes en un deseado encuentro. La humedad calaba en el cuerpo, invitando a un caminar apresurado para cruzar la calle y adentrarse en el local. No se piensa demasiado en esos momentos, y sin embargo las neuronas corrían esta vez a tropel por mi cabeza... Fue entonces cuando una cotidianidad que no era desde hacía ya tiempo, se vio aun más sorprendida en uno de tantos escenarios rutinarios.


Entre las oscuridades y hojarasca de aquella pequeña plaza, él yacía en un rincón del suelo. Sus haraposas mantas mostraban la dureza de otra noche a la intemperie, pulsando en mi esa no indiferencia al sufrimiento ajeno. Me sentí extraño, bloqueado; con otra clase de frío metido en cuerpo. Aquel desaliñado hombre comenzó cansado a recoger sus pocos enseres, mientras proclamaba al viento incomprensibles exabruptos. Miraba desde su recóndito pero publico rincón, con el descrédito y hastío de quien no puede creer ya en nada.