26 de julio de 2012

Lucas

Los viajes guardan siempre sorpresas variadas, y Eslovenia tenía preparadas unas cuantas de colores diversos. Lucas, en las últimas horas del vuelo de regreso, fue una de las que me provocan en ocasiones este martilleo arrítmico de las teclas con los dedos.

Imagen: MiRt@
Hay algo de conocido en la parafernalia previa a tomar un avión, cuando los números pasan al olvido de cuantos se fueron tomando. Y sin embargo esta vez en Zurich, la aproximación atascada hacia el asiento asignado, sorprendió de inicio al descubrir a ese diminuto ser rubio mirando abstraído por el ventanuco. Durante los primeros minutos, las conjeturas iban desde que sus familiares andarían en las filas cercanas, al asombro de que nadie se diera la vuelta para mirarle o decirle algo. Él mientras tanto, permanecía absorto en su observación con un silencio introvertido. “Lucas viaja solo” nos dijo una de las sonrientes azafatas poco antes de despegar, por si en un momento pudiera necesitar algo a sus cinco años. Y la expectación creció al mismo tiempo que la ternura ya despertada hacía rato.

En la maniobra de despegue, se le oía canturrear como quien se tranquiliza a sí mismo, por lo que poco a poco, y con la precaución de no agobiarle, fuimos preguntándole alguna cosilla que le hiciera sentirse acompañado, regalándonos progresivamente la confianza que los niños suelen otorgar con rapidez, a quienes entran en su mundo con naturalidad y respeto. Con su especial forma de hablar, comenzó a contarnos sus cosas; la sonrisa de satisfacción al decir que llevaba la maleta de su mama, que quien le esperaba en el aeropuerto eran sus abuelos para irse al mar levantino, que no era la primera vez que volaba aunque si solo porque ya podía hacerlo... Lucas hablaba con el personal de vuelo en alemán y con nosotros en español, pero lo más sorprendente era verle gestionar sus tiempos y sus cosas de manera discreta y concienzuda. Ahora repaso el papel de seguridad en el avión, ahora elijo el bocadillo que me gusta, ahora leo un poco este cuento, ahora necesito ir al servicio… Y claro, como cualquiera que le gusta compartir su viaje, nos avisaba con entusiasmo para ver los paisajes, hablaba del sentimiento de "poquito miedo" que le daban los meneos y sensaciones del aterrizaje, o nos informaba de las precauciones a tomar en caso de tener que usar el chaleco salvavidas.

Imagen: Fausto II
Creo que ya nos tenía conquistados a muchos de su alrededor, mucho antes de que de manera autosuficiente se prepararse para salir del avión. Era chocante verle buscar el cinto de seguridad primero, y la mochila con sus cosas después, para tras un coscorrón para alcanzar la chaquetilla del suelo, darse cuenta del simpático lío: "¡anda! pero si tengo la mochila puesta y se queda debajo de la cazadora, así no es...” Finalmente resuelto el entuerto, se colgó los prismáticos como el explorador que ya apunta ser, para esperar pacientemente todo el proceso de aterrizaje. Y así nos quedamos un ratito con él para que no se sintiera solo, hasta que todo el pasaje abandono ese vuelo que no fue como otros, y la responsable estuviera lista para acompañar a quien ya siempre permanecerá en nuestro recuerdo.

En la cinta del equipaje, mientras esperaba en primera fila el tesoro que era para él la maleta de su madre, y les contaba a sus yayos que con nosotros había hablado mucho, se despidió con esa sonrisilla que te enciende sentimientos tan hermosos.