4 de abril de 2013

Un día laborando

Antes de solicitar el correo a aquella chica italiana para poder incorporarlo a su perfil -no vayan a pensar-, un hombre marroquí me preguntaba atropelladamente sobre unos molestos papeles a rellenar, para pocos minutos después, entre el tumulto de un voluntario paseo por la Castellana, aquel grupo de indios reclamara mi atención en su antigua lengua colonial, inquietos por confirmar la dirección a la que equivocadamente andaban. Luego, la fina pero incómoda lluvia se disipó bajo el laberinto siempre sórdido de pasillos subterraneos, cuando mi mirada complacida se cruzó con la intención y escondido talento de un joven senegales, apurado en su gesto, que compartía con nobleza e ingenuidad sus solitarios cantos. Y llegué así al rincón acristalado donde me esperaba el grato dialogo de una amistad que perdura, mientras saboreé una caña servida por las manos de una resuelta mujer eslava... No fue difícil, convendrán, entender al yonqui nativo que me abordó al salir, cuando desde una de las esquinas próximas, y con el ralentí de quien va calmadamente 'puesto', me dijo antes de aventurarse a pedirme nada aquello de "oye, mira, ¿tú hablas español?"...
Imagen: Drubens
El tren de regreso trajo a mi el cansancio de estos cortos pero de alguna forma largos viajes, el regusto de otras vivencias; sus sensaciones, al tiempo que  la melodía “De amor y casualidad” en boca de Jorge Drexler, haciendo que conscientemente cerrase los ojos; queriendo ignorar las infinitas pequeñas pantallas que, por momentos, parecían abducir a todo aquel que me rodeaba desde su mundo virtual.

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