25 de octubre de 2007

Que bueno sería tener poderes.

Hoy os he visto de nuevo. Tendríais veintipocos e ibais en un flamante Golf comprado seguramente por vuestro papa o vuestra mama. Fanfarroneando de no se sabe bien que. Parasteis en el semáforo junto a mí y mirabais con enorme descaro. Los tres con sendas gafas Ray-Ban de esas que os dan aspecto de desagradables moscas. Todos con la sonrisa engreída de serie que os hace pensar que estáis por encima de los demás…

Entonces se acerco él. Con sus ropas sucias y roídas, rasgos de algún país del este y semblante de cansancio; de infinita y profunda tristeza. Portaba un cartel en el que pedía limosna en silencio. A distancia, sin querer incomodar demasiado. Con un paso esquivo por no detenerse demasiado ante otro no, otra indiferencia más en la mañana de un día que se adivinaba largo.

Y vosotros quisisteis darle lo peor y que tanto os sobra, como tantas otras cosas inútiles os pertenecen. No le mirasteis, pero vuestra sonrisa se convirtió a su paso en malévola; voluntariamente dañina. Incluso torno a carcajada socarrona cuando uno de los tres movió los labios, diciendo a saber que “ocurrente” desaire o “ingenioso” desprecio. Mientras aquel hombre seguía su caminar incierto…

Fuimos durante un tramo largo de la calle juntos. No se si de manera casual o siguiéndoos de manera inconsciente. El caso es que unos cientos de metros después, comenzó a sonar un ruido extraño. Vuestras luces de emergencia se encendieron, mientras os cruzabais torpemente de carril para parar a un lado. Por lo visto teníais una avería que sonaba francamente mal y en mi claxon iba un mensaje encriptado de “cuanto me alegro y ojalá que sea algo gordo, malas personas”.

No hay comentarios: