
Al llegar al final de la acera, inexcusablemente se detienen un ratito. Es ahí donde se dividen sus caminos, pero aprovechan ese último momento para charlar de los más variados temas; que si el examen ha sido difícil, que si he tenido una discusión con mi madre, que si mengano me gusta, que si tal o que si cual… Hablan las dos, sin atropellarse ni acaparar la conversación por parte de ninguna. Mirándose a los ojos y acompañándose frecuentemente con gestos cómplices; entendiéndose en el compartir de sus vidas. Después, más pronto o más tarde, se despiden hasta el día siguiente, no sin antes regalarse un beso cariñoso y sincero por parte de una de ellas a la otra. Y resulta hermosa la escena, muy hermosa.
Pienso en todo lo que a esa amistad le queda por recorrer y si sabrá sobrevivir con el tiempo a los celos, la distancia, la forma de madurar de cada una y todos esos avatares con los que se irá encontrando. Ojalá que si. La amistad, ese tipo de amistad leal y sincera, es todo un privilegio con el paso del tiempo.
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