14 de febrero de 2008

Va por ti

Victoriano trabaja en una gran superficie de esas muy conocidas. Aunque su aspecto es rudo y tosco, es mi dependiente preferido. Cualquiera diría a tenor de su apariencia, que es jornalero de la metalurgia en los altos hornos o que alicata baños a destajo para una constructora -por poner dos ejemplos a bote pronto-. Pero no. Su forma de ganarse el sueldo para pagar las facturas y algún que otro placer mundano, no es otro que dispensar lo que se tercie en la sección de charcutería de la citada gran empresa.

Simpático, lo que se dice simpático no es, aunque no es algo que yo eche en falta en este caso. Él por contra, Victoriano, es tremendamente servicial, poniendo todo su esmero en lo que hace. Muy serio, eso si. Cuando ve que la primera capa del jamón tiene un poco de mal color por la oxidación, te la quita por su propia iniciativa. Si le pides que te corte las lonchas finitas, tiene la pericia de dejarlas transparentes pero sin que se rompan. Y cuando se asegura de que ya no quieres nada más, envuelve y etiqueta finalmente cada cosa con cuidado. Todo con esa pinta suya tan característica, ya que es un tipo bajito, de unos cuarenta tacos largos, con indefectiblemente su gorra bicolor gastadilla puesta de medio “lao” –desconcertante hasta que te acostumbras- y ese traje blanco tipo enfermero que cubre holgadamente su generoso contorno. Entrañable el hombre.

Y así uno va contento al mostrador cuando está él, seguro de que hará bien su tarea. De la misma forma que uno se siente bien, cada vez que se encuentra con una de tantas personas que se preocupan de hacer bien su trabajo, sea este el que fuera. Sin tener que preocuparse de “a ver por donde me la van a intentar colar” y pasar el trago de terminar discutiendo a cada paso.

¡Gracias Victoriano! El bocata de la merienda hoy a tu salud.

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